5.4.13

No hay nada en el refri.

De un tiempo para acá he comenzado una especie de dieta. No dieta, vale, más bien comer balanceadamente. Por ejemplo, si me atraganto de alitas, lo compenso con una buena ración de ensalada; si como frijoles, procuro no comerme hasta seis tortillas; si estoy satisfecha, pero el platillo estuvo muy bueno, procuro no volver a servirme o al menos servirme una pequeñísima ración. Total que para ello, mis papás han comprado un chingo de frutas. Bien bonitos, apoyando siempre la correcta alimentación de su hija. Pero durante todo este tiempo, me he percatado de un montón de cosas bien curiosas respecto a la huevonada y los antojos, y propongo la siguiente ley sobre las visitas a la cocina:

"El antojo por comer algo es inversamente proporcional al tiempo que te toma prepararlo."

Es decir, la mayoría de las veces, que acudes a la cocina con hambre, abres el refri, quieres comer algo, pero ves tantas y tantas cosas, verduras, huevitos y demás... Tienes todos los ingredientes para hacer una deliciosa sopita o lo que sea, y no lo haces porque dices: "qué pinchi hueva". Así que te conformas con comerte una quesadilla o, en el peor de los casos, una manzana. Claro que si existe uno de esos guisos refrigerados, cuestión de meterlo algunos segundos al horno de microondas, y voilà.

Así me pasaba con las frutas. Hay una gran cantidad de ellas en el refri, melones, piña, papayas, sandía, mangos, manzanas, plátanos, naranjas, etc. Si ordeno según mi preferencia las siguientes frutas, sería algo así como:
1. Mango
2. Piña
3. Papaya
4. Sandía
5. Plátano
6. Naranja
7. Manzana

Pero lo cierto es que sólo he comido plátanos, manzanas y naranjas, en ese orden. Desafortunadamente, la sandía ya se echó a perder justamente por la pinchi huevonada que me da levantarme de esta computadora y picarla. Nada más de pensar en partir con un gigantesco cuchillo tamaña fruta, me entra la pereza y no hago nada. Entonces agarro una manzana, y la mastico con desgano.

De ahí viene el "no hay nada que comer" aun estando a reventar el refrigerador.

Luego me di cuenta, que este actuar no es algo privativo de mi persona, sino de muchísimas otras. Y que no sólo ocurre con las frutas, sino con TODO. Por ejemplo, muchos de nosotros, chihuahuenses, estamos inconformes con los nuevos cambios que desean realizarle a la ciudad, -y otros que ya le hicieron- entre ellos el balcón del palacio de gobierno, la reducción de la glorieta de Francisco Villa y el próximo traslado del mausoleo del citado general a la plaza del ángel Jedi. Pero nadie dice nada, nadie va a las protestas, nadie levanta un dedo. Eso sí, veo muchas quejas en feisbuc y en tuiter, e incluso en este blog. Pero estoy casi segura que sí nos van a mover el pinchi mausoleo, y ¿saben por qué? por huevones. Realmente son pocas las personas que actúan para hacer de este mundo un lugar mejor. Aunque bueno, ni hablar, yo no soy quién para estarme quejando, lo cierto es que estoy muy en contra del maltrato animal, las violaciones a mujeres en la India, el desperdicio del agua, la guerra de Corea y el mal aprovechamiento de los recursos naturales. Pero yo sólo los apoyaré hasta donde un clic me lo permita. Conozco los riesgos que esto conlleva, como padecer obesidad o adquirir el síndrome del túnel carpiano.

Pueden comenzar, misioneros del hambre, haciendo clic en el siguiente sitio.

http://www.thehungersite.com/clickToGive/ths/home

1.4.13

Los valientes no asesinan.

Quien tiene la palabra, tiene el poder. Muchos filósofos contemporáneos -y otros no tanto- hablan acerca del discurso y sus relaciones con el poder. Actualmente, hemos visto cómo los grupos de narcotráfico manifiestan este dominio colocando mantas con mensajes sangrantes, y el gobierno, al menos en el sexenio anterior, intentaba restaurar el discurso de tranquilidad y orden con sus comerciales de "Vivir mejor" y lo de "trabajamos para que tus hijos puedan salir a la calle" o "sacar a tus hijos de la calle", ya no recuerdo. Y luego, cómo para perder el miedo a la situación, vienen los discursos de burla ante tanta violencia o las críticas al mal gobierno. Se dispersaba un poco la atención, pero es cierto que la paz nunca era restaurada. Inútiles resultaron los intentos de tranquilizar a la ciudadanía, pues los mensajes de las narcomantas demostraban haber hecho más profunda su marca en la memoria colectiva. Impusieron su discurso y, por lo tanto, su poder.

Uno de los ejemplos históricos más emocionantes acerca de la palabra y el poder, fue allá en la época de Benito Juárez y las Leyes de Reforma, cuando éste se la pasaba huyendo por aquello de los enfrentamientos entre Liberales y Conservadores.

Resulta que el entonces presidente Juárez, había trasladado su gobierno a la ciudad de Guadalajara, donde el Tribunal de Justicia se acondicionó para recibirlo. Acababa de llegar a sus manos la noticia de una derrota en la batalla de Salamanca y se encontraban muy apesadumbrados. Supusieron que muchos de sus aliados también lo estarían, y siendo Benito Juárez aún el presidente oficial de nuestra nación, decidió redactar un mensaje de tranquilidad al país, y para ello se reunió con sus allegados en una salita de juntas de dicho Tribunal. Lo que ocurrió después, ninguno se lo tenía esperado. Resulta que, según recuerdo, fueron traicionados por el propio ejército que supuestamente los cuidaba en ese lugar (pinchis jalisciences, siempre del lado de la iglesia) y entró un "comando armado" al Tribunal de Justicia para terminar de una vez con la vida de Benito Juárez. Según Guillermo Prieto, -el que mejor describe lo ocurrido ese día porque estuvo ahí-, exclamó que Benito Juárez siempre se mantuvo sereno y que cuando el general Filomeno Bravo dio la orden de fusilarlo, éste permaneció dignamente en pie. No sabemos si fue cierto, pero igual podríamos tomar como ciertas sus palabras, porque generalmente, quienes escriben la historia, son los que dominaron la guerra y el discurso. Pero bueno, volviendo a la historia, Filomeno Bravo estaba dando la orden de que sus soldados se pusieran en posición para fusilar a Benito Juárez, y Guillermo Prieto narra a continuación:

Aquella terrible columna, con sus armas cargadas hizo alto frente a la puerta del cuarto... y sin más espera y sin saber quién daba las voces de mando, oímos distintamente: "¡Al hombro! ¡Presenten! Preparen! ¡ Apunten!..." 
Como tengo dicho el señor Juárez estaba en la puerta del cuarto; a la vez de "apunten", se asió del pestillo de la puerta, hizo hacia atrás su cabeza y esperó... 
Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé... se apoderó de mí algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta... Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo... abrí mis brazos... y ahogando la voz de "fuego" que tronaba en aquel instante, grité: "¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan...!" y hablé, hablé, yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y poderoso, y veía entre una nube de sangre, pequeño todo lo que me rodeaba; sentía que lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies... Repito que yo hablaba, y no puedo darme cuenta de lo que dije... a medida que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba... un viejo de barbas canas que tenía al frente, y con quien me encaré diciéndole: "¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía...!" alzó el fusil... los otros hicieron lo mismo... Entonces vitoreé a Jalisco. 
Los soldados lloraban, protestando que no nos matarían y así se retiraron como por encanto... Bravo se pone de nuestro lado. Juárez se abrazó de mí... mis compañeros me rodeaban, llamándome su salvador y salvador de la Reforma... mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.
Gracias a Guillermo Prieto, Juárez salvó la vida. De hecho, ha sido de los pocos personajes históricos de aquella época tumultuosa que murió en la paz de su cama. Prieto también murió de viejo, en Tacubaya. A ambos los salvaron las palabras.

Esta historia la leí cuando estudiaba primaria, venía en uno de los libros de lecturas de aquel entonces que tenían historias tan maravillosas como "Francisca y la muerte" o "El leve Pedro". Sólo que en esa época yo no estaba tan inmiscuida en la importancia del lenguaje. No fue sino hasta que trabajé en Atención Telefónica, vendiendo engañosos planes tarifarios a personas que trabajaban en la maquila, me di cuenta del poder que tiene el discurso. Trabajar cuatro horas diarias durante todos los días, repitiendo el mismo guión en cada llamada, me dio la facultad de observar cómo cada palabra cuenta. Resulta que cambiando sólo algunas expresiones y demás, podía hacer una llamada perfecta, pero sin obligarlos a que compraran un plan tarifario. Había veces que me fallaba, y téngale, terminaba vendiendo uno. Pero luego hacía algunas tranzas como llenar mal la forma para que el equipo jamás llegara a sus manos y, por lo tanto, jamás se llevara a cabo el contrato. Es extraño, lo sé, sobre todo porque generalmente los vendedores buscan vender esos planes. Afortunadamente, yo no trabajaba por comisión.

El pedo con el discurso es, pues, dominarlo. Si dominas el lenguaje, puedes tener poder sobre todo lo que te rodea. Sin embargo, así como hay palabras de las que todos podemos hacer uso, unos más encuentran palabras prohibidas, y muy probablemente también tengan un poco limitado el poder en su discurso. Para algunas personas son las majaderías o con asuntos sexuales, los albures son un código más secreto y las referencias rimbombantes todavía menos accesibles para otra cantidad de personas. Pero a mí me extrañaba especialmente en un amigo, que tenía su propia palabra innombrable, y no precisamente referida a un objeto, sino a una persona. Nadie podía decir nunca el nombre de ella porque éste emanaba una malvibrosa incomodidad. Me pregunto qué pasaría si él, de pronto, decidiera nombrarla y, de esa forma, ir desgastando poco a poco su presencia.

Se dice que cuando uno nombra algo, lo posee. Las personas de la antigüedad comenzaron a nombrar las cosas para poder poseerlas, el mismo Adán en la Biblia, tiene la capacidad de nombrar las cosas para sentirlas más suyas. Por eso dicen que cuando tienes un problema, debes hablarlo, soltarlo, y de esa forma, si bien será más tuyo, poco a poco se irá desgastando. Como cuando repites una palabra tantas veces que pierde sentido. Así debería ser con los recuerdos dolorosos y las palabras que no queremos evocar.

Hay gente que intenta sepultar de golpe sus recuerdos, asesinarlos, pero no se dan cuenta que permanecen largo tiempo en su memoria, como la culpa ante un homicidio.

Es cierto, los valientes no asesinan sus recuerdos. Los nombran y los aceptan suyos. Los nombran tantas veces hasta que, poco a poco, sean cubiertos de olvido.