22.7.10

Samantha

Los dejavu siempre me han impresionado sobremanera. No me siento especial por ello... no. Ya muchas culturas, religiones y hasta directores de Hollywood les han dado su propia interpretación.

Cierta vez un amigo me explicó que en una de esas religiones profesadas al otro lado del mundo, los deja vu son una clara señal de que vas por buen camino, de que estás siguiendo tu destino porque supuestamente, a tu alma antes de partir a la vida, le es mostrada su existencia y por lo tanto, los deja vu no son más que un breve recuerdo de ese destino previsto por tu espíritu.

Mi madre tomó un argumento más científico (gracias a uno de esos programas del Discovery o algo así), y aseguró que los deja vu no son más que recuerdos de nuestros antepasados transmitidos a través de una pesada carga de información genética, o que incluso podrían ser sólo sueños pasados que de pronto asociábamos a las situaciones cotidianas en un afán por recordarlos.

Cualquiera que sea la explicación, los deja vu no dejan de impresionarme sobremanera.

La verdad es que ninguno de ellos fue tan prolongado ni tan intenso como el que percibí con Samantha...

La primera vez que la vi -al menos en esta dimensión- fue cuando teníamos 10 años. Asistíamos al mismo catecismo que se impartía en la pequeña capilla de Santa algo que está a tres calles de mi casa. Ambas nos preparábamos para hacer la Primera Comunión.

Aquel sábado por la tarde nos miramos fijamente. Ambas teníamos rehiletes en los ojos y margaritas en los labios.

No sé quién empezó, si ella o yo. Una dijo: "¿Vas a la misma primaria que yo?" la otra respondió: "No... oye, ¿en qué kinder estuviste? Es que te conozco pero no sé de donde".

El sábado siguiente la sensación persistía, incómoda pero abradable, como orinar detrás de un matorral.

-¿No vives por aquí? -le pregunté.
-No, yo vivo por allá por el Tec de Monterrey.
-¿Entonces por qué vienes a catecismo hasta acá?
-Es que la hija de un amigo de mi papá también viene aquí y quieren que hagamos juntas la primera comunión.
-¿No se llama Nallely o Tania la niña esa? ¿No vive por aquí?
-No, se llama Fulana. Mira, es aquella.
-Ah no, pos quién sabe quién será.

Así eran todos los sábados de catecismo donde, más que hablar de religión, se nos pasaban en quebrarnos la cabeza buscando las posibles coincidencias anteriores de nuestras existencias.

Y de ese modo nos hicimos amigas, de esas amigas de primaria que pasan horas hablando por teléfono, compartiendo mares de imaginación e historias sobre lo que quieres hacer cuando crezcas.

Pasó el catecismo, pasó otro ciclo escolar, y pasadas tantas cosas más me invitó a su fiesta de cumpleaños. A mis padres les rogué toda una sandía para que me dejaran asistir. Al final aceptaron. Tardamos una hora para encontrar la casa pero al fin llegué. Nunca había sido tan dichosa, fue casi tan emocionante como cuando te dejan mojarte bajo la lluvia sin que te reprochen lo sucio que quedarás o la enfermedad que vas a contraer. Era una especie de libertad muchas veces ansiada y finalmente conquistada.

Desafortunadamente, no todo puede ser dicha, todo es perecedero, ya que, desde mi punto de vista, toda circunstancia feliz de nuestra vida tiene más o menos el mismo patrón: una pendiente en dirección positiva, luego la cúspide (que puede ser poco o prolongarse) y finalmente la pendiente en decrecimiento. Digamos entonces que, a partir de esa fiesta, inicié con el desplazamiento en dirección negativa.

Vaya ambiente hostil en el que me encontraba: juegos raros, amigas repugnosas, comida marciana... Hasta ella misma había cambiado. Me fui antes de la reunión, ni siquiera tuve oportunidad de saborear el pastel. Y sin querer, tiempo después, me fui alejando cada vez más de ella... Pero, extrañamente, nuestras existencias coincidirían tres veces más.

El siguiente de nuestros reencuentros fue una tarde, mientras yo caminaba de la secundaria en la que estudiaba al trabajo de mi mamá. La vi con un paquete de tortillas en la mano entrando a una casa que estaba en la ruta que yo seguía día tras día.

-¡Samantha!
-¡Hola Brendita!, ¿cómo estás?
-Pues bieeen, ¿y tú? ¿Qué onda, qué haces aquí?... ¿Te cambiaste de casa?
-No, aquí vive mi abuela... ¿Estás aquí en la 8?
-Sí, ¿y tú a qué secundaria te metiste?
-¡También estoy en esa! ¿Cómo es que no nos hemos visto?
-¿En serio?, ¿en qué salón?
-No pues en el C.
-Órale pues... A ver si un día te paso a saludar. Yo estoy en el F.
-Ándale pues. ¡Nos vemos!

Y en los tres años que duramos en esa institución, pocas veces la llegué a ver. Ella siempre estaba de un lado, yo siempre estaba del otro. Más bien coincidíamos en la casa de su abuela, pero igual nos saludábamos con la amabilidad de quienes comparten una amistad alegre que poco a poco se va deteriorando. De cualquier modo yo comencé a tomar rutas alternas y amistades que nos distanciaron severamente.

El segundo reencuentro carecía de toda la magia de nuestras anteriores coincidencias. Se inscribió en la preparatoria donde un gran porcentaje de población estudiantil buscaba espacio por tratarse de una institución de disque mucha calidad. Por ello no resultó deslumbrante verla caminando en los pasillos con los cachetes de sonrisa que siempre la caracterizaron. Pasando los años, sus expresiones faciales evolucionaron de tal forma que ya no se mostraban en la sonrisa, más bien formaban una especie de mueca que también se trasladó hasta sus ojos, marcándole unos gestos que daban la impresión de rechazar todo, sin articular una sola palabra. Entonces ya no me parecía agradablemente conocida. Ahora era un maquillaje viviente mal aplicado, un rostro común, aburrido, de propaganda, que te sonríe con hipocresía. No era ni siquiera Samantha, su nombre no correspondía a su persona.

Y yo, trasladé su presencia al mismo plano que una lámpara de escritorio olvidándome por completo de sus ojos de rehilete...

Hasta éste, nuestro tercer reencuentro.

En vacaciones todos hacemos limpiezas generales de nuestras casas, y entonces no sé por qué se llaman vacaciones. Lo cierto es que en las limpiezas siempre se encuentra uno con cosas insólitas.

Mi padre, llevado por una especie de nostalgia, me mostró un álbum de fotos, el único que pudo recuperar de la casa de mi abuela cuando ésta fue subastada por una jauría de hermanos. Había imágenes de toda clase: bebés tomando un baño, niños vestidos a la moda retro anti estética y bodas. La boda de mi abuela. Tan ridículas que siempre me han parecido esas imágenes, los dos recién casados al centro, las damas de honor del lado de la novia, y sus equivalentes masculinos del lado del novio, perfectamente distribuidos como tablero de ajedrez, y es tan acertada la descripción, sobre todo por los colores monocromos de la fotografía. Recorrí las caras de los individuos. Eran sujetos extraños... Hasta que de pronto la familiaridad se apoderó de mi cuerpo, manifestada a través de un deja vu. Ya antes había estado en esa situación, ya antes había visto sus caras, pero lo que causó un mayor desequilibrio fue la sonrisa de una de las damas de honor, la muchacha más alegre de todas: ahí estaba, ella, con su sonrisa de margarita y sus ojos de rehilete.

Le pregunté a mi abuela quién era esa muchacha. Pero su memoria es inútil. No recordaba siquiera que esa era la foto de su propia boda.

No me imagino siquiera a dónde habrán ido a parar todos sus recuerdos. Pero eso ya no me quita el sueño... Admito que más me admira cómo es que Samantha no ha dejado de sorprenderme.

10.7.10

"kitsch posmoderno"

Pues...

Me invitaron a una mesa de lectura...

Y esto es lo que presenté...

Cabe mencionar que el escrito lo hice ese mismo día, y no lo acabé... Así que lo corté abruptamente jajaja...

Pero aquí se los muestro ya terminado :B


Una última nota... Les advierto, no es nada gracioso a menos que hayan visto El Verguillas y algunos otros videíllos disque populares en yutub... Y quizás ni así sea gracioso juaja...



Este escrito se lo dedico al Papa.

Les voy a narrar la experiencia del peor día de mi vida.

Esa mañana, no me acuerdo si era miércoles o era jueves, no me acuerdo wey, era entre semana... No tenía planeado nada asombroso, nada fuera de lo común, prometía ser sólo de Efukt y el hombre del desarmador, ya saben ¿no?, disfrutar del interné tran-qui-la-mente hasta que la peor desgracia de todas ocurrió. Una frase amenazaba el navegador y decía: "la página web no se puede mostrar". Y yo pensé: "oh mai gah! what is going on?" Pues nada, que no había internet. Así que apagué y encendí el módem, reinicié la computadora, borré el historial y las cookies y ni merga, nada dio resultado. Llamé al proveedor de servicios de internet y me preguntaron si ya había apagado y encendido el módem y reiniciado la computadora.

Cómo odio el servicio de internet de Telmex. Neta, a mí me vale verga, pero a ese pinchi slim le voy a cantar un tiro, me vale verga, me vale verga, así mero, me vale verga. Lo bueno es que yo sólo poleo con la gente que es mala, no con la que es buena, y el sujeto al otro lado de la bocina parecía ser bueno... También ella... La niña... Así que no tuve ánimos de ponerme a alegar. Al fin y al cabo no era ni su culpa. Ya como último recurso intenté manipular las fuerzas del internet porque, ¿saben? tengo poderes, con la mirada puedo apagar videocámaras. Pero creo que mi habilidad no funciona con el internet.

Total... Mi opinión es que en situaciones de tremento estrés, como ésa, lo mejor es cagar. Me empaqué el libro Vaquero y en el baño comencé mis actividades de recreación para los esfínteres.

¿Y el internet apá? Bien gracias.

Ya como último recurso se me ocurrió prender la televisión, pero admito que eso fue un error. Creo que no existe una tortura más grande que la programación matutina con sus canales de ventas, esas porquerías que te venden y que te hacen creer que no puedes vivir sin ellas... Es que miren, les diré el secreto de la vida, a la gente le vendes mierda y mierda compra. Entonces los de Televisa dijeron: "pos si la gente quiere mierda, mierda le damos". Hablando de comprar mierda esa mañana preferí mejor irme a comprar unas papas con chingos de salsa y nada mejor para complementar el coctel de gastritis que una cerveza oscura. En ayunas. La verdad es que taba hungry, taba hungry.

Encontrábame yo en el Oxxo cuando detrás de mí, en la fila, escuché la voz de un sujeto pedante, llevaba consigo tres celulares, sombrero de copa, esmoking y un bastón. Se parecía al bari del logo del monopoly pero con papada más grande. Y traía dos que parecían ser sus guardaespaldas, que en lugar de traer chalecos antibalas, llevaban puestos unos tablones con publicidad de Telcel... Total, un millonario cualquiera. El mamón el mamón. Terminé de reconocerlo cuando dijo: "no descansaré hasta que cada mexicano tenga un celular Telcel". Nooombre ps me valió verga, así mero, me valió verga y que me acerco y le digo: "heey yu morerfoquer, tiris nait tiris nait in november rain in juarez, dats in the morning". Y no me dijo nada el goey. Así que le digo: "ira ira, ven ven ven ven"... y ¡puuum! En la pinchi jeta al culeeero. Y el puto nomás decía: "yaa weeey, ya weeey". Y yo ¡pum pum pum pum! Al puto. Pero pos la neta fue muy poco lo que le pegué porque ahí estaban los guardaespaldas y me amarraron como puerco. ¿Qué les puedo decir? La verdad en los chingazos yo nomás la armo con la mierda.

Y pues ya, a partir de ese día fui una héroa nacional de ciudad Chihuahua. Subieron videos al yutub de mi ataque y neta, la raza se hacía playeras con mi cara y con mensajes para fomentar el amor a las matemáticas y a la física y neta, se hacía honor a grandes inventores como Einstein, que por si no sabían, es el wey que inventó el foco. Total, los mensajes decían:

Si:

E = mc2, donde E es igual a energía, m a masa y c está al cuadrado, eso significa que se multiplica por dos, eh? eh? nooombre, qué chingona soy.

Entonces:

Brenda = Poder

¿Ya vieron?, ¿ya vieron? PODER

Nooombre pos no, una chulada. Y la raza a veces decía puras calumnias, puras calumnias. Pero en realidad era porque me envidiaban.

Total, nomás duré encerrada como dos días en la cárcel, y yo adquirí mucha fama en ese tiempo, pero afortunadamente pude invocar al dios Eolo y éste me sacó de la cárcel en un carro último modelo, del 95, nooombre, casi del año...

Y me trajo de regreso a mi casa para descubrir que el Internet no había regresado...

Así que les publico esto desde un cibercafé...



FIN