5.11.18

Palabra 1: necrofilia

Silencio
No recuerdo el momento exacto en el que mi esposa y yo dejamos de hablarnos. Nuestro silencio, quiero imaginar, se dio de modo gradual por la rutina de nuestras existencias. Nos habíamos acostumbrado a vivir, no uno con el otro, sino uno al lado del otro. Con los años, las conversaciones  sedimentadas se volvieron pétreas. Era lo más natural, pues habíamos decidido, quizás de modo inconsciente, llenar de escombro nuestra rutinaria vida juntos.
Éramos personas exitosas, entregadas por completo a nuestro trabajo. Decidimos no tener hijos... Ella lo decidió. No fue algo que hayamos platicado durante la cena, pues la cuestión de la progenie nunca fue parte de nuestras breves conversaciones, que tenían lugar sólo durante ese momento del día. Recuerdo que cierta noche, al volver a casa luego de una reunión con amigos, mi esposa dijo mientras se desvestía: “Ya tengo treinta y ocho años. Creo que no seré madre.” Y eso fue todo. Ahí me di cuenta que el tiempo nos transcurrió como quien pasa por las páginas de una revista, sin detenerse en su contenido. Tal vez los dos pensamos que el momento de ser padres nos llegaría de modo imprevisto, pero nunca ocurrió. Por esa época decidí tomar un proyecto de construcción en otro estado, sin saber que en mi propio hogar estaba erigiendo grandes paredes de mármol, infranqueables. Y con el tiempo, me di cuenta que en ese palacio de muros invernales, ni la luz ni el sonido podrían sobrevivir. Entre mi esposa y yo no había nada más de qué hablar.
Con el tiempo, hasta el silencio se volvió una rutina llevadera. Por las mañanas, mi mujer solía levantarse más temprano que yo para ir a trabajar. No había oportunidad de darnos los buenos días. Los fines de semana, a ella le gustaba mirar la televisión o salir con sus compañeras de trabajo. Yo prefería continuar mis asuntos laborales, me dedicaba a diseñar bocetos y planos o acompañaba a mis clientes a elegir terrenos. Durante el poco tiempo libre que me restaba, me gustaba leer algún libro. Para dormir, mi esposa y yo aún compartíamos el lecho, un amplio recuadro donde cómodamente podíamos descansar sin incomodarnos el uno al otro, no había necesidad de platicar inclusive. Los momentos antes de conciliar el sueño, cada quién se distraía con sus propios pasatiempos en el extremo de la cama que le correspondía.
Pese a nuestra distancia, mi mujer y yo no dejamos de intimar. Nuestros encuentros se hicieron cada vez más esporádicos, aunque no inexistentes. Pude haber intentado buscar a alguien más, pero estaba convencido que el silencio también podría ser una forma de vínculo entre los dos. Sin embargo, el hecho de que aún mantuviéramos ese tipo de proximidad, no lo hacía menos insólito. Carecíamos de ritual pre-amatorio. No había cortejo, caricias indebidas, ni sorpresa alguna. Para poder entrar a ella, sólo necesitaba acercarme a su oído y plantearle mi necesidad. Luego de externar una especie de quejido, se acostaba con el rostro boca abajo y separaba sus piernas. Ningún ruido expresaban sus labios durante los siete minutos que me tomaba la maniobra. Al terminar, yo besaba su cabeza, más como una expresión no verbal de agradecimiento, que una muestra de afecto.
Una noche llegué bebido a la casa con un sentimiento de desesperación que nunca antes había sentido. Necesitaba liberar la tensión de mi cuerpo hirviente, pero satisfacerme a solas no me pareció liberador. Ahí estaba ella. Ahí estaba yo. Como dije antes, no ejercí ninguna clase de ritual. Y esa noche, en vez de inmóvil piedra, fui magma violento. No sé qué tantas cosas hice. Le jalé el cabello. Mordí su hombro derecho. Sostuve por un momento su cuello. Pareció tomarlo bien porque se retorció un poco, al mismo tiempo que de su boca surgieron unos gemidos que nunca antes le había escuchado emitir. Su mano rasgó las sábanas cuando ella estaba sintiendo el máximo placer. Esa energía pronto se apoderó también de mí hasta que yo, volcán, hice erupción.
“¡Estuvo excelente Mayra!”, le dije, pero no sé si alcanzó a escuchar, pues de inmediato se quedó dormida. Pocos segundos más tarde también cedí al pesado sueño.
A la mañana siguiente desperté luego de un sueño reparador. Me hallaba más relajado que de costumbre y estuve seguro que el acto también a ella la había dejado agotada, pues aún continuaba descansando. Por unos breves segundos, nos imaginé en una nueva vida, pero, como dije antes, fue sólo un instante. Me arreglé y, como de costumbre, no nos despedimos. Cuando regresé por la tarde, también estaba su automóvil, pero no había indicios de que hubiera llegado. Titubeé unos instantes, pero al final, decidí llamarla en voz alta. No hubo respuesta. Parecía estar fuera de casa, así que decidí salir también. Toda la tarde me pregunté si Mayra no estaría torturándome o evitando tener otro acercamiento conmigo. Esa mujer tenía un corazón de roca.
Decidí volver tarde para no obligarme a hablar con ella. Cuando llegué y la encontré en la alcoba,  recostada sobre su pecho, sentí un gran alivio al hallarla dormida, “así no tengo que hablar con ella”, pensé.
Luego de desvestirme, sin prisa me introduje en la cama. Leí un poco, apagué mi lámpara y me disponía a dormir, pero de su lado, la luz continuaba encendida. No quise levantarme de la cama sólo para maniobrar el interruptor, así que pasé el brazo sobre su hombro, acariciándola sin querer. Su piel de hielo me congeló el aliento. Con terror, volví a tocar a Mayra. Su cuerpo, yerto y frío, parecía una lápida. No supe cuándo ocurrió, no supe de qué manera. Alcancé a levantar mecánicamente el auricular para pedir una ambulancia. Dijeron que tardarían 15 minutos.
Me levanté de la cama, trémulo. Di vueltas por el cuarto con la misma desesperación que la noche anterior me había embargado. Imaginé la vida sin ella. “¿Qué extrañaría de Mayra?”, me pregunté. El sobresalto me duró poco al cuestionarme aquello. Lo cierto es que la sorpresa de encontrarla en ese estado fue más grande que mi temor a perderla. La miré de reojo a lo lejos, ahí estaba. Boca abajo, con las piernas abiertas. Parecía estar invitándome a la cama. Quince minutos. ¿Qué diferencia tendría a la noche anterior? Si para mí, desde hace algunos años, ya parecía estar muerta.

16.10.18

inktober: asesinato

A cortinas cerradas.

A mi mamá le gustaba cuidarnos. Según mi abuela, mi madre tuvo desde pequeña un carácter apacible y una gran templanza con los demás, cualidades naturales para tranquilizar a los bebés.

Cuando creció, pasó de hacerse cargo de hijos de otros a cuidar los propios. Para su desdicha, sólo yo alcancé a cumplir doce años de edad, pues mis dos hermanitos fallecieron casi recién nacidos, por lo que después entendí, era la temible enfermedad de cuna. Ella nunca se recuperó. Los recuerdos de mi niñez transcurrieron en una casa con las cortinas siempre cerradas en un ambiente lúgubre y solitario. En ese universo, únicamente existíamos nosotras dos, pues mi papá trabajaba fuera de la ciudad casi todo el tiempo.

A mi madre le gustaba jugar conmigo a los trastecitos y a las muñecas. Cuando crecí, me enseñó a coser, tejer y bordar. Pasábamos nuestras tardes practicando habilidades con el ganchillo mientras conversábamos de todo y de nada. Cocinaba muchos pasteles que yo prefería no comer, porque desde siempre padecí problemas estomacales que me obligaban a estar días enteros postrada en cama.

Una vez, mi padre tuvo un accidente de trabajo que lo llevó a cama por tres meses. O eso creyó, porque el lento veneno de la casa actuó sobre él, languideciéndole gradualmente. Al cabo de un año, la fatiga le traería la muerte. Al principio parecía un hombre vigoroso, pero con el paso de los días una telaraña se comenzó a formar dentro de su cabeza. Supe, por nuestras pláticas cada vez más confusas, que algo en él palidecía cada tarde. Con el tiempo, mi madre me pidió que ya no lo agobiara pues se encontraba tan mal que incluso tuvo que comprarle pañales para contener la diarrea que también a él lo había atacado.

A mí la diarrea me dejó de afectar desde que dejé de tomar los remedios que mi madre insistía en prepararme. Por desgracia, nunca tuve oportunidad de hacerle la recomendación a mi padre. Además, en el fondo, yo estaba segura que mi mamá haría lo posible para que mi papá estuviera bien. Lo sé porque ella nos cuidaba de todo corazón.

30.3.14

Chihuahuitas, el De Efe los espera.

Me cae gorda la gente que se la pasa quejándose, tal vez por eso, a veces no puedo ni conmigo misma. Soy de las personas que, internamente, se la pasa quejándose de todo. El problema, tal vez, es que no me gusta soltar tanta mierda. Por eso me la guardo y hasta me deleito en ella. Desafortunadamente éste no es el caso, quizá porque mientras me bañaba, mis poros se abrieron y dejaron salir toda la perorata (jaja qué chida palabra, perorata) materializada en entrada bloguera. Los blogs son tan pasados de moda, pero corresponden a una especie de catarsis de nuestra era. Así que ahí les va:

Chihuahuitas que maman el De Efe, váyanse, el De Efe los espera.

Muchos justifican su hastío hacia nuestro estado por aquello de "es un rancho donde todos se conocen", "siempre son los mismos bares", "está muy aburrido". Bueno, todas esas afirmaciones son medianamente ciertas. la primera es, desde mi punto de vista, la más cierta de todas. Esto puede ser una bendición o una maldición. Para mí, pues es algo chido. Siempre que conozco a alguien sé que se establecerá alguna conexión con alguien que ya conozco, y siento que la relación, por lo tanto, será más interesante.

Para explicar mi punto, hago la semejanza con las nuevas ideas que conectamos a conocimientos previos en nuestras redes neuronales. Existe una explicación científica que justifica el aprendizaje significativo, aquel que se relaciona con algo que nosotros ya conocemos antes, promoviendo una efectiva neuroplasticidad: la cosmovisión. Dicho en palabras más comprensibles y menos pseudopedagógico-neurológicas, si nosotros vamos a aprender algo nuevo, es importante que lo relacionemos con algo que ya conocemos, de esta forma, neuronas que ya tengan almacenado un aprendizaje semejante, comienzan a mandar información y se hacen "amigas", promoviendo un aprendizaje más fuerte y que, a la larga, será más difícil que lo olvidemos. A esto se le puede llamar comprensión o asimilación.

Pues bien, lo mismo ocurre con las relaciones en Chihuahua. Cuando nosotros conocemos a alguien nuevo, y que a su vez conoce a otra persona relacionada con nosotros, se crea un vínculo más estrecho con esa persona. Lo negativo es cuando esa persona que conocemos nos tira malavibra, y pues habla pestes de nosotros... De cualquier forma, si nos vemos obligados a dicha convivencia, posiblemente cambie la percepción que tengan de nosotros y sea una relación más interesante.

La gente que se va al De Efe, dudo que se vayan así nomás, a la incertidumbre, sin tener gente que conozcan allá. Para los que lo hagan de esa forma: mis respetos. Son unos verdaderos aventureros...

Luego están las afirmaciones de "siempre son los mismos bares" y "está muy aburrido"... Bueno, es que la capacidad de diversión de una persona no se encuentra en la cantidad de centros nocturnos que existan en un lugar, sino a la propia capacidad de variar o disfrutar con su propia vida.

De algo estoy segura, no importa si se van al De Efe, a la sierra más remota o a Japón: quien tiene una visión mediocre de la vida, se aburrirá en cualquier lugar. Así que dejen de buscar pretextos para llamar aburrido a este lugar, lo más pesado de soportar debe ser su propia existencia.

Pobre De Efe. Se me figura una vaca temblando para sacarse de encima tanto animal.

15.3.14

Third eye

Hay gente bien cerrada de mente que dice que las drogas son para ponerte bien pendejo, y nada más. Sean o no consumidores, las personas que aseguran tal falacia son las mismas que tienen sexo nada más por tenerlo o se someten a vivir sin él amargamente; las mismas para las que escuchar música, ver una pintura o una película, son cosas prescindibles de su diario existir; las mismas que viven por vivir, que comen nada más porque tienen boca y caminan sólo porque no se han convertido en discapacitados.

Hoy salgo a la defensa de las drogas como el argumento en el eterno debate de hombres y mujeres descorazonados que aseguran "no todos los hombres, no todas las mujeres somos iguales". Así lo mismo. No es lo mismo decir que consumes marihuana, que decir "hoy me di un pericazo". No es lo mismo un viaje de heroína que uno de LSD, así como no es lo mismo el cigarro que la cerveza.

Y aún así, hay gente aferrada a decir "la droga hace su propio efecto, te metas lo que te metas, todas las drogas sirven para ponerte pendejo"... Vale, el sexo también sirve para procrear, entonces, ¿por qué no lo estás usando como tal?

Específicamente hoy, salgo a la defensa de una sustancia conocida como LSD. Toda la gente atormentada debería probarla, y la gente que está en paz consigo misma: también. Es de esas drogas que han abierto el panorama de muchísimas personas durante décadas y que justamente marcaron el inicio de una época de despertar, en la música, en la filosofía, en la literatura, en la vida. Casi me atrevo a decir que es una ilustración de la época posmoderna. Claro, siempre y cuando, sea llevada con un correcto estímulo. Por que así como las mujeres no se portan de igual forma en un congreso que dentro del cuarto de un motel, una droga tampoco tiene similar efecto en un rave o con gente malvibrosa, que dentro de un espacio controlado. Aunque en algo estoy de acuerdo: dicen que la meditación te provee de un tercer ojo (un chakra supremo), paz, tranquilidad, equilibrio, etcétera, pero el LSD tampoco es que sea muy espiritual, mucho menos en un ambiente occidental. Vale, es como la gente que pretende seguir una filosofía hinduísta y usa dinero para pagar por sus velas y alfombras de meditación: tiene tintes espirituales pero tampoco esperes obtener la filosofía budista en una (o varias) tomas.

Al menos yo siento que me he convertido en una persona más reflexiva que antes, no suelo hacer tantos aracles como antaño, evito malvibrarme y tomar discusiones por cualquier pendejada, me alejo de la gente con la sangre pesada y procuro ser más comprensiva con las personas. Va, mi manera de ser perfeccionista y malhumorada a veces choca con este nuevo modo de ver la vida, pero igual procuro encontrar un equilibrio sin tornar mi vida en una existencia carente de pasión. Disfruto mucho de las personas, me gusta platicar con ellas y ya no tirar -tanta- malavibra, irónicamente, he comenzado a tener más momentos de soledad, a disfrutar más el hecho de no estar acompañada ni de que los tipos me anden tirando el can o buscando mis abrazos o besos, ni la madre... Anteriormente, cuando andaba soltera, salía con tres o cuatro sujetos a la vez... Hoy me da pereza... Nunca había estado tan tranquila al terminar una relación, e incluso las personas que dejaron de hablar conmigo hace algunos años y volvieron a tener trato conmigo, me han dicho que algo ha cambiado en mi manera de ser. He aprendido muchas cosas de los sistemas, de las matemáticas, de la sociología, de la naturaleza, de la filosofía, del mundo entero! Tanto así que incluso voy a estudiar una tercera licenciatura, esta vez en Matemáticas. Disfruto el cine y la literatura desde otra perspectiva, me he alejado un poco de la computadora y, lo mejor de todo, disfruto muchísimo más la música. Desde entonces, le he transmitido a todos mis compañeros el grandioso gusto que tengo por la música.

Desafortunadamente, desde entonces, el alcohol me da pesadillas. Siempre que tomo alcohol en exceso o entre semana (cuando se supone debería descansar para ir a trabajar al día siguiente) siempre que hago eso, me dan terribles pesadillas, teniendo en cuenta la definición de pesadilla, un mal sueño que te despierta abruptamente. Y pues, no sé. Tal vez sea un placebo, tal vez realmente estoy cambiando, tal vez sólo estoy en mis veintitantos, pero de algo estoy segura: me siento en paz.

Pronto iré a un lugar lleno de gente malvibrosa, esa será la prueba de fuego. Jajaja...

Saludos a todos. Les dejo esta rolita jaja la cara está muy malvibrosa, pero es buenísima, un viaje... A ver si luego hago un post de rolas para viajar.




25.1.14

Un padre carpintero, una hija lectora.

Creo que una de las mejores cosas que tengo en la vida, es el oficio de mi papá, quien además de trabajar en una biblioteca, se dedica a la carpintería. Así que nada más vengo acá a Internet a presumir el contenido del nuevo regalito que me hizo nomás por leer mucho: un nuevo librero.


Ahí pude, finalmente, poner mi colección del poeta favorito de todos los críticos literarios y las mujeres: el Bukowski.




Yo sé que, además, envidian mi gran colección de novelas de Luis Spota... Nombre, rete chingón ese wey, y pura calidad para todos los críticos literarios.


También tengo algunos libros que serán motivo de envidia para investigadores literarios y educativos, entre ellos algunos de Paulo Freire, Emilia Ferreiro, Baudrilard, Jaime Labastida y Edgar Morin.


Éste sí les dará buena envidia: El ruido y la furia, de William Faulkner...



Y finalmente, mi pequeña colección de juegos para mi consola de Super Nintendo... Yeeeiii!! 


Ahí va el librerito, nomás que me dio flojera :P jaja no le pude tomar foto de frente porque tengo un desmadre (para variar) en mi cuarto.


Muchas gracias a mi papá... es bien chido...



5.4.13

No hay nada en el refri.

De un tiempo para acá he comenzado una especie de dieta. No dieta, vale, más bien comer balanceadamente. Por ejemplo, si me atraganto de alitas, lo compenso con una buena ración de ensalada; si como frijoles, procuro no comerme hasta seis tortillas; si estoy satisfecha, pero el platillo estuvo muy bueno, procuro no volver a servirme o al menos servirme una pequeñísima ración. Total que para ello, mis papás han comprado un chingo de frutas. Bien bonitos, apoyando siempre la correcta alimentación de su hija. Pero durante todo este tiempo, me he percatado de un montón de cosas bien curiosas respecto a la huevonada y los antojos, y propongo la siguiente ley sobre las visitas a la cocina:

"El antojo por comer algo es inversamente proporcional al tiempo que te toma prepararlo."

Es decir, la mayoría de las veces, que acudes a la cocina con hambre, abres el refri, quieres comer algo, pero ves tantas y tantas cosas, verduras, huevitos y demás... Tienes todos los ingredientes para hacer una deliciosa sopita o lo que sea, y no lo haces porque dices: "qué pinchi hueva". Así que te conformas con comerte una quesadilla o, en el peor de los casos, una manzana. Claro que si existe uno de esos guisos refrigerados, cuestión de meterlo algunos segundos al horno de microondas, y voilà.

Así me pasaba con las frutas. Hay una gran cantidad de ellas en el refri, melones, piña, papayas, sandía, mangos, manzanas, plátanos, naranjas, etc. Si ordeno según mi preferencia las siguientes frutas, sería algo así como:
1. Mango
2. Piña
3. Papaya
4. Sandía
5. Plátano
6. Naranja
7. Manzana

Pero lo cierto es que sólo he comido plátanos, manzanas y naranjas, en ese orden. Desafortunadamente, la sandía ya se echó a perder justamente por la pinchi huevonada que me da levantarme de esta computadora y picarla. Nada más de pensar en partir con un gigantesco cuchillo tamaña fruta, me entra la pereza y no hago nada. Entonces agarro una manzana, y la mastico con desgano.

De ahí viene el "no hay nada que comer" aun estando a reventar el refrigerador.

Luego me di cuenta, que este actuar no es algo privativo de mi persona, sino de muchísimas otras. Y que no sólo ocurre con las frutas, sino con TODO. Por ejemplo, muchos de nosotros, chihuahuenses, estamos inconformes con los nuevos cambios que desean realizarle a la ciudad, -y otros que ya le hicieron- entre ellos el balcón del palacio de gobierno, la reducción de la glorieta de Francisco Villa y el próximo traslado del mausoleo del citado general a la plaza del ángel Jedi. Pero nadie dice nada, nadie va a las protestas, nadie levanta un dedo. Eso sí, veo muchas quejas en feisbuc y en tuiter, e incluso en este blog. Pero estoy casi segura que sí nos van a mover el pinchi mausoleo, y ¿saben por qué? por huevones. Realmente son pocas las personas que actúan para hacer de este mundo un lugar mejor. Aunque bueno, ni hablar, yo no soy quién para estarme quejando, lo cierto es que estoy muy en contra del maltrato animal, las violaciones a mujeres en la India, el desperdicio del agua, la guerra de Corea y el mal aprovechamiento de los recursos naturales. Pero yo sólo los apoyaré hasta donde un clic me lo permita. Conozco los riesgos que esto conlleva, como padecer obesidad o adquirir el síndrome del túnel carpiano.

Pueden comenzar, misioneros del hambre, haciendo clic en el siguiente sitio.

http://www.thehungersite.com/clickToGive/ths/home

1.4.13

Los valientes no asesinan.

Quien tiene la palabra, tiene el poder. Muchos filósofos contemporáneos -y otros no tanto- hablan acerca del discurso y sus relaciones con el poder. Actualmente, hemos visto cómo los grupos de narcotráfico manifiestan este dominio colocando mantas con mensajes sangrantes, y el gobierno, al menos en el sexenio anterior, intentaba restaurar el discurso de tranquilidad y orden con sus comerciales de "Vivir mejor" y lo de "trabajamos para que tus hijos puedan salir a la calle" o "sacar a tus hijos de la calle", ya no recuerdo. Y luego, cómo para perder el miedo a la situación, vienen los discursos de burla ante tanta violencia o las críticas al mal gobierno. Se dispersaba un poco la atención, pero es cierto que la paz nunca era restaurada. Inútiles resultaron los intentos de tranquilizar a la ciudadanía, pues los mensajes de las narcomantas demostraban haber hecho más profunda su marca en la memoria colectiva. Impusieron su discurso y, por lo tanto, su poder.

Uno de los ejemplos históricos más emocionantes acerca de la palabra y el poder, fue allá en la época de Benito Juárez y las Leyes de Reforma, cuando éste se la pasaba huyendo por aquello de los enfrentamientos entre Liberales y Conservadores.

Resulta que el entonces presidente Juárez, había trasladado su gobierno a la ciudad de Guadalajara, donde el Tribunal de Justicia se acondicionó para recibirlo. Acababa de llegar a sus manos la noticia de una derrota en la batalla de Salamanca y se encontraban muy apesadumbrados. Supusieron que muchos de sus aliados también lo estarían, y siendo Benito Juárez aún el presidente oficial de nuestra nación, decidió redactar un mensaje de tranquilidad al país, y para ello se reunió con sus allegados en una salita de juntas de dicho Tribunal. Lo que ocurrió después, ninguno se lo tenía esperado. Resulta que, según recuerdo, fueron traicionados por el propio ejército que supuestamente los cuidaba en ese lugar (pinchis jalisciences, siempre del lado de la iglesia) y entró un "comando armado" al Tribunal de Justicia para terminar de una vez con la vida de Benito Juárez. Según Guillermo Prieto, -el que mejor describe lo ocurrido ese día porque estuvo ahí-, exclamó que Benito Juárez siempre se mantuvo sereno y que cuando el general Filomeno Bravo dio la orden de fusilarlo, éste permaneció dignamente en pie. No sabemos si fue cierto, pero igual podríamos tomar como ciertas sus palabras, porque generalmente, quienes escriben la historia, son los que dominaron la guerra y el discurso. Pero bueno, volviendo a la historia, Filomeno Bravo estaba dando la orden de que sus soldados se pusieran en posición para fusilar a Benito Juárez, y Guillermo Prieto narra a continuación:

Aquella terrible columna, con sus armas cargadas hizo alto frente a la puerta del cuarto... y sin más espera y sin saber quién daba las voces de mando, oímos distintamente: "¡Al hombro! ¡Presenten! Preparen! ¡ Apunten!..." 
Como tengo dicho el señor Juárez estaba en la puerta del cuarto; a la vez de "apunten", se asió del pestillo de la puerta, hizo hacia atrás su cabeza y esperó... 
Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé... se apoderó de mí algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta... Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo... abrí mis brazos... y ahogando la voz de "fuego" que tronaba en aquel instante, grité: "¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan...!" y hablé, hablé, yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y poderoso, y veía entre una nube de sangre, pequeño todo lo que me rodeaba; sentía que lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies... Repito que yo hablaba, y no puedo darme cuenta de lo que dije... a medida que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba... un viejo de barbas canas que tenía al frente, y con quien me encaré diciéndole: "¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía...!" alzó el fusil... los otros hicieron lo mismo... Entonces vitoreé a Jalisco. 
Los soldados lloraban, protestando que no nos matarían y así se retiraron como por encanto... Bravo se pone de nuestro lado. Juárez se abrazó de mí... mis compañeros me rodeaban, llamándome su salvador y salvador de la Reforma... mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.
Gracias a Guillermo Prieto, Juárez salvó la vida. De hecho, ha sido de los pocos personajes históricos de aquella época tumultuosa que murió en la paz de su cama. Prieto también murió de viejo, en Tacubaya. A ambos los salvaron las palabras.

Esta historia la leí cuando estudiaba primaria, venía en uno de los libros de lecturas de aquel entonces que tenían historias tan maravillosas como "Francisca y la muerte" o "El leve Pedro". Sólo que en esa época yo no estaba tan inmiscuida en la importancia del lenguaje. No fue sino hasta que trabajé en Atención Telefónica, vendiendo engañosos planes tarifarios a personas que trabajaban en la maquila, me di cuenta del poder que tiene el discurso. Trabajar cuatro horas diarias durante todos los días, repitiendo el mismo guión en cada llamada, me dio la facultad de observar cómo cada palabra cuenta. Resulta que cambiando sólo algunas expresiones y demás, podía hacer una llamada perfecta, pero sin obligarlos a que compraran un plan tarifario. Había veces que me fallaba, y téngale, terminaba vendiendo uno. Pero luego hacía algunas tranzas como llenar mal la forma para que el equipo jamás llegara a sus manos y, por lo tanto, jamás se llevara a cabo el contrato. Es extraño, lo sé, sobre todo porque generalmente los vendedores buscan vender esos planes. Afortunadamente, yo no trabajaba por comisión.

El pedo con el discurso es, pues, dominarlo. Si dominas el lenguaje, puedes tener poder sobre todo lo que te rodea. Sin embargo, así como hay palabras de las que todos podemos hacer uso, unos más encuentran palabras prohibidas, y muy probablemente también tengan un poco limitado el poder en su discurso. Para algunas personas son las majaderías o con asuntos sexuales, los albures son un código más secreto y las referencias rimbombantes todavía menos accesibles para otra cantidad de personas. Pero a mí me extrañaba especialmente en un amigo, que tenía su propia palabra innombrable, y no precisamente referida a un objeto, sino a una persona. Nadie podía decir nunca el nombre de ella porque éste emanaba una malvibrosa incomodidad. Me pregunto qué pasaría si él, de pronto, decidiera nombrarla y, de esa forma, ir desgastando poco a poco su presencia.

Se dice que cuando uno nombra algo, lo posee. Las personas de la antigüedad comenzaron a nombrar las cosas para poder poseerlas, el mismo Adán en la Biblia, tiene la capacidad de nombrar las cosas para sentirlas más suyas. Por eso dicen que cuando tienes un problema, debes hablarlo, soltarlo, y de esa forma, si bien será más tuyo, poco a poco se irá desgastando. Como cuando repites una palabra tantas veces que pierde sentido. Así debería ser con los recuerdos dolorosos y las palabras que no queremos evocar.

Hay gente que intenta sepultar de golpe sus recuerdos, asesinarlos, pero no se dan cuenta que permanecen largo tiempo en su memoria, como la culpa ante un homicidio.

Es cierto, los valientes no asesinan sus recuerdos. Los nombran y los aceptan suyos. Los nombran tantas veces hasta que, poco a poco, sean cubiertos de olvido.