11.3.11

inefable... y los crayones...

Me gusta reconocer esta época como "aquella en que me gusta dormir con las ventanas abiertas". Cuando ocurre el cambio de clima siempre me siento extraña, en ese ambiente tan poco "yo", apenas me reconozco. De esas veces en que ninguna canción es lo suficientemente digna de ser bailada, y ningún postre es tan sabroso como en los sueños, pero despiertas y se ha ido, y te sientas a recordar tu sueño y esperar que el llamado creador haga llover flanes y pays, porque no tienes ganas de preparar ninguno de ellos. No tienes ganas de nada... Pero a la vez esa energía se mantiene latente en tus extremidades, en el estómago, en el corazón, en la garganta, en los pulmones, en la cabeza, en los ojos... Y quieres salir corriendo, llegar a la carretera, pedir un aventón y llegar hasta donde la inseguridad te lo permita...


Tengo tranquilidad. La tranquilidad de una granada con seguro.

Quiero cantar y quiero morder; quiero maquillaje de colores y quiero medias grises; quiero abrazar un perro y quiero matar una cucaracha; quiero escribir algo con sentido y quiero tragarme lo que pienso. Quiero todo y nada. No sé qué pasa, siento la felicidad en mi piel y a la vez tengo la sensación de que el frío no se ha ido. No entiendo nada de lo que pasa y la verdad no me interesa. Me gustaría estar en una playa sin la preocupación de un tsunami, me gustaría que este texto tuviera sentido siquiera, en lugar de parecer las palabras de una preadolescente en su etapa de depresión o los sentimientos casi suicidas de Hermann Hesse. Vaya porquería... Esta época me parece de ensueño, de pesadilla, de paraíso, de película, de infierno, de Matrix... Me siento como en un sueño, en el sueño de alguien más, en un juego de los sims versión hiperultramoderna donde yo soy el producto morboso de un jugador. No me extrañaría que de pronto el creador de mi vida virtual se apareciera frente a mí y me dijera: "me he aburrido de ti, ¿algo que quieras decir a tu favor para conservarte?" y yo... ¿Qué respondería?: "ya mero es primavera, déjame disfrutarla al menos, ¿no crees que he vivido? yo creo que he vivido: he bebido agua de mar, llorado con una película, he sangrado, pateado, herido, mutilado, retado a la autoridad, puesto mi vida en peligro veinte veces... Hasta he montado una mulita... Dime tú si no me he entregado completamente a la vida... Y qué es la entrega? Apostar todo a un solo objetivo, arriesgarte a perderlo todo, hasta la locura por haberlo perdido..."

Pero a mi creador eso le valdría madre. Y ahí mismo terminaría mi palabrería...

En estos momentos yo sólo quiero las palabras para describir lo inefable, componer un poema bien chingón que seguramente sería dedicado a ti, a tu vida, a mi vida, a los encuentros y las coincidencias. Al destino del que prometí no hablar jamás y aún así mete sus narices donde ya no se le llama...

Y luego tengo ganas de quebrarme las rodillas y llorar. Rabiar hasta rabiar, porque como dice la canción: "ay soledad, siempre he pertenecido a ti", y pensar todo lo que me molesta, todo lo que me taladra el cerebro para luego concentrarlo en un simple "no". Escuchar la radio nocturna para hacer más grande el vacío de mi estómago y que las mariposas amarillas mueran de intoxicación por bilis, sus cadáveres verdes se hagan polvo y salgan de mi boca provocando una nube verdosa a mi alrededor, que bien García Lorca podría identificarlo con la muerte...

En fin, voy a contarles una historia, la historia de un amigo, bueno, no amigo, más bien conocido...

La otra vez estaba desayunando unos tacos de barbacoa en un lugar que parece un bodegón, anaranjado por dentro, los ganchos de la carne colgando del techo, gigantesco y frío. Comíamos tacos y lonches de barbacoa mis compañeros de trabajo y yo, todos ellos unos adultos que no entienden de la vida: si tienen hambre, y si quieren barbacoa, que sea la de ese establecimiento porque no se atreven a probar de ningún otro lugar. Yo les digo: mejores he probado, amigos míos, mejores y de todas... Pero eso a nadie le interesa, ni siquiera a mí, y no sé ni por qué demonios lo saco a colación... Total, estaba pensando en el hombre que una mañana de frío vi vagabundear por otro puesto de tacos de barbacoa, y que se saboreó con los tacos que se le cayeron a una compañera de trabajo, pero da la casualidad de que un perro le acompañaba y ellos decidieron mejor darle las sobras al animal que al vagabundo. "Lo siento mucho señor, ya están sucios", dijo una. El señor dejó que su compañero perruno comiera y prosiguió su marcha, no obstante, el can no lo siguió, esperando contar con más suerte y volver a comer otro sabroso taquito. El indigente se sintió traicionado y varias veces se llevó al perro forzadamente con él, pero el chucho regresaba con nosotros. Fue la primera vez que vi un perro traicionero, pero bueno, el hambre es canija. Total, el vagabundo se sintió triste, luego su tristeza se convirtió en enojo... Pobre hombre, no me quedó más remedio que verlo partir, echando gritos con su voz quebrada...

En fin, ahí estábamos en aquella bodega comiendo tacos. De pronto sentí una extraña presencia a mis espaldas. Algo me obligó a mirar... Y ahí estaba, el Antoñito... Vagabundeando como siempre... Nos saludamos de lejos y él comenzó con su repertorio de La Cucaracha y otras canciones contra el gobierno. Ya hace tiempo que no lo veía, la verdad es que siempre me lo topo en los lugares más extraños, (como casi todas las personas que describo en este espacio). Él solía comentar mi Fotolog mucho antes de conocerlo en persona, y yo siempre lo ignoré: en realidad no sabía quién demonios era, hasta que estudiamos juntos en Filosofía y Letras... También ahí lo ignoraba, pero por una u otra razón nos vimos forzados a socializar... Lo admito, me terminó cayendo muy bien...

De las veces que llegué a topármelo, fue una madrugada: caminaba yo por el centro y él iba en su bicicleta, nos saludamos amistosamente, le pregunté: "eh pirata, qué haces tú aquí?" y respondió: "qué haces tú aquí"... Reímos, charlamos brevemente y cada quién siguió su camino.

Otro día fui a una conferencia de Ignacio Solares y ahí se presentó de pronto sin que nadie lo esperara, llegó cuando ya había empezado, como a la mitad, caminó directamente hasta nuestra fila y se sentó a un lado mío. Tenía pinta de que no se había bañado y pese a ello traía un extraño olor a crayones, y por supuesto se lo hice saber. Nada más llegó a preguntar cómo estábamos, a divagar algunos minutos, y así de imprevisto como llegó, se fue, dejando desparramado su extraño aroma.

Esa mañana de los tacos no olía a crayón pero lo noté muy cambiado, me di cuenta que acababa de despertar luego de una aparente noche de aracles, andaba más revolucionario que de costumbre... "Nos acabamos de levantar y decidimos empezar a tocar para sacar feria y seguir pisteando", fue lo que me dijo cuando nos encontramos. Yo le iba a pichar una orden de tacos pero al ver que iba acompañado, decidí resistirme de eso... Y así, se alejó, llevaba un poco del dinero que acababa de juntar en sus manos, tomando un rumbo desconocido...

Siempre he creído que él es la imagen perfecta de la decadencia, pero no una decadencia completa, nomás esa que empieza a fraguarse hasta terminar a la edad de treinta años... Sobre todo por su olor a crayón...

No hubiera escrito nada de esto, a no ser porque el otro día, un evento me dejó consternada...

Yo estaba triste, estaba enojada, estaba amargada... No sé todavía por qué... Y tenía unas inmensas ganas de pistear... Temía ponerme muy ebria y perder el control hasta el grado del aracle... Pero nada de eso ocurrió... Estuve muy animada, muy feliz, beber era exactamente lo que necesitaba y lo hice con gusto y sin medida... Esa noche vomité mi ropa sin darme cuenta... La verdad no me importó...

Lo único que me alertó un poco fue hasta la mañana siguiente: Había charcos debajo de mis tenis, recordaba poco de lo sucedido, tenía nauseas y una extraña felicidad, como si tuviera ganas de seguir pisteando. Me desperté completamente hasta que percibí ese extraño aroma... Acepto que me aterré un poco, pero nomás lo suficiente como para alertarme de un peligro cercano: esa mañana, era yo quien olía a crayón.

No hay comentarios: