22.9.07

El cartero

El cartero

Nunca antes me había sentido así. Sin motivo alguno lloraba todas las tardes junto a la ventana. Cierto día alguien que pasaba por ahí me preguntó:
-¡Oye! ¿Por qué lloras?

Me asusté y miré a la persona al otro lado de mi ventana. Era el cartero. Lo supe porque cuando observé más detenidamente, llevaba hasta la gorra de SEPOMEX. Cosa extraña, no llevaba motocicleta sino que parecía andar a pie.
-Lloro por que me siento triste. – Respondí sarcásticamente - ¿Por qué otra razón?

Platicamos un momento en la ventana. Jamás intentó cambiarme el ánimo ni hablar de cómo me sentía. Fue una charla normal, ésta se volvió tan amena que incluso pregunté cuándo volvería a pasar por aquí. Dijo que cada lunes y cada jueves.

A la misma hora, los lunes y los jueves, esperaba a que pasara mi amigo el cartero. Me daba consejos de algunas cosas que me ocurrían, le hablaba de todo aquello que me molestaba o que me gustaba. Nos convertimos en buenos amigos.

Comencé a sentirme mejor con esa nueva amistad, pues tenía alguien en quien confiar plenamente. Sin embargo, era un gran secreto, pues como siempre han dicho, no es bueno hablar con extraños. A pesar de ello el cartero no era tan extraño y jamás había sentido alguna actitud morbosa o molesta de su parte. O quizás nunca lo había pensado, hasta cierta noche que hablaba por teléfono con una compañera del salón.

-Te contaré un secreto – le dije en voz baja para que no escucharan mis padres-. Hay un señor que pasa algunas tardes por mi casa, es cartero, y nos hemos hecho buenos amigos.

Perdió el habla unos instantes.
-¿Pero qué te pasa? – Preguntó sorprendida – Eso es peligroso. ¿Sabes cuántas mujeres han asesinado en los últimos días? No deberías tener tanta confianza en las personas.

A raíz de ese comentario comencé a reflexionar algunas cosas de nuestra relación amistosa. No fue sino hasta cuando él me dio un abrazo que yo sentí desconfianza. Es decir, ¿qué hacía un señor de treinta y tantos años abrazando a una muchacha como yo? El mundo es tan peligroso en estos días. No existiría la verdadera amistad entre un adulto y una muchacha. ¡Imposible!

Decidí terminar nuestra amistad, no lo tomó molesto, más bien un poco triste. No me importó, además ya no lo necesitaba. Yo era lo suficientemente madura como para depender del apoyo de otras personas.

Pasó el tiempo, ocurrieron muchas cosas que cambiaron el rumbo de mi vida. Si antes me sentía fuerte hoy me sentía débil. Fallecieron algunas personas importantes, dejé de interesarme en los demás, en mi familia, en los llamados amigos. Sólo existíamos yo y la computadora, mi mundo alterno. Fue entonces que comencé a sentir necesidad de esas pláticas con el cartero. Siempre me daba muchas explicaciones sobre algunas actitudes y acontecimientos que yo no podía percibir. Me hacía reflexionar y ver la vida desde otro punto. Según decía, la felicidad no está en hacer cosas grandes y diferentes todos los días. Puede estar en la lluvia, las hojas con olor a naranja de un árbol, las flores en la primavera, la risa de un niño, los animales.

Todo ese palabrerío no tenía sentido sin el cartero.

Lo esperé un jueves, nunca se presentó. Había otro hombre que entregaba cartas pero lo hacía los martes, miércoles y viernes. Intenté preguntar por mi amigo y fue entonces cuando me di cuenta de que jamás había sabido su nombre.

Por azares del destino me lo encontré en una colonia vecina, como siempre, andaba a pie. Lo saludé desde lejos y él se mostró tan feliz como yo. Se tomó un tiempo en su trabajo y le hablé de todas aquellas cosas que habían pasado, lo mucho que había cambiado y también lo mucho que había necesitado de su consejo.

Lo invité a mi casa. Le mostré mi habitación, las mascotas, mis libros y algunas fotografías de la familia y amigos de quienes tantas veces le hablé.

Nos encontrábamos en la sala tomando una rica limonada y platicando, cuando se me ocurrió preguntar:
-Cartero, y al final de cuentas ¿cómo te llamas?

Rió tímidamente. Tras una breve pausa exclamó.
-¡Tanto tiempo y jamás me habías preguntado! Bueno, ¿cómo crees que me llamo?
-No sé… ¿Germán?

Su semblante se puso serio y respondió:
-Así es… ¿Cómo hiciste para adivinarlo?
-¡Ay sí! –Exclamé sorprendida- ¡No puede ser cierto!
-Pues sí. Ése es mi nombre.
-Cartero, es decir, Germán, tengo tantas cosas qué saber de ti, ¿eres casado? Por algunas de las pláticas que tuvimos sé que tienes al menos un hijo. Pero… ¿Tienes mascotas? ¿Por qué siempre andas a pie? No puedo creer que haya sido tan egoísta.
-No, jamás lo fuiste. Al contrario, me gusta escuchar y ayudar. Pero ahora yo sé que te has formado un carácter diferente. Creo que no necesitas más de mi consejo. Además yo soy un adulto y tú una jovencita. Somos de dos mundos completamente diferentes.

Le sonreí y lo abracé como despedida. Fue un abrazo sincero, como el que se dan los amigos, y el cartero era mi amigo. Sin embargo, en ese mismo instante la puerta de la entrada de mi casa se abrió. Eran mis padres. ¿Qué pensarían dos adultos al ver a su hija abrazando a un señor desconocido? Lo solté inmediatamente. Mi cara se tornó asustada. Mi madre con la mirada seria me preguntó:
-¿Con quién hablas?

Miré a mi alrededor. Me tranquilicé. Al fin y al cabo no había nada que temer.
-No, estaba hablando conmigo misma… Pero en voz alta.
-Estás loca – exclamó mi madre entre risas.

1 comentario:

NeMoSiS dijo...

holaaaa como estas ehh?

BTW: super rolon ehh viva interpol!! y luego creo que ire a verlos (L)