8.12.12

En algún lugar de Durango

Mis niños tienen una maestra viajera. Haciéndole honor al apellido Romero que llevo gracias a mi herencia paterna, este año la he pasado de carretera en carretera. El primer viaje, que surgió más que nada como una transformación personal, lo hice a Mérida, Yucatán. Nunca había estado tan lejos de mi hogar, pero nunca me había sentido tan cerca de casa. Quizás, si alguna vez dejara de vivir en Chihuahua, viviría allá, en Mérida. El mar siempre me ha llamado por mi nombre, aunque constantemente debo regresar a territorios más fríos. El eterno ir y venir, el anhelar y el regresar... Y es que con cada viaje, se divide mi corazón.

El siguiente destino fue San Carlos, en Sonora, el cual, posiblemente, es uno de los estados más extraños que he visitado. Con la conciencia de estar cerca de casa, acá, en el Norte, rodeada de carne asada, desierto y clima extremoso, jamás tal desolación refugié en mis ojos. La roja tierra de San Luis Río Colorado, la división oxidada entre los países y el casual bracito de mar hallado entre la carretera y el desierto, eran para mi corazón una melancólica embolia. Ni siquiera los sahuaritos con los brazos extendidos lograban calmar la soledad, y frente al mar sólo quería preguntar a Fuensanta si conocía el mar, menos grande y menos hondo que nuestro pesar...

Luego, toda la melancolía se perdería en la frontera del lugar más divertido del mundo: Tijuana. Ella nos recibió con la familiaridad de quienes viven cerca de otro país. Tijuana y sus teiboleras unas que te cachetean otras que te invitan a bailar con ellas, Tijuana y sus antros de las 10 am que te invitan a casarte dentro de sus vomitados rincones, Tijuana y su horrible comida cliché mexicana, Tijuana y su libertad de mujeres locas caminando desnudas por las calles, Tijuana y su sexo sin descripciones poéticas, Tijuana y su mar dividido, Tijuana y sus murales balaceados, Tijuana y sus bares con orgías, cocaína y porros de marihuana... Así es Tijuana, bella e incomprendida, la tierna chavita de 18 años dedicada a la prostitución, una tierra de neón con el mar de fondo poético, con besos en la esquina de los labios, en la esquina del país. Ahora puedo señalar un mapa y decir con toda certeza el punto exacto que estos piecitos pisaron.

Y el último destino, Guadalajara. Cuatro veces he visitado dicha ciudad, sin embargo, ahora quedé con una imagen diferente de ella. Antes siempre la vi como una ciudad sucia, aburrida, común, con un tránsito espantoso y una gente más bien normal, es decir, nada ciertos los comentarios sobre la exagerada belleza de sus habitantes -sinceramente, estamos más guapos por acá, más altos, por ejemplo- y sí, para mí sigue siendo todo eso, pero ahora, me resultó un poco más agradable, y quizá por la cantidad de veces que la he visitado, la sentí más familiar, como si para mí fuera más fácil ubicarme en tal lugar. Finalmente, debo agregar que conocí Tlaquepaque, lugar de nacimiento de una de mis alumnitas, y me sentí más conectada con ella, no sé, siento que fue una manera de conocerla un poco más y descubrir poco a poco su enigmática vida. Una manera alterna de quererla, yo que tan poco expresiva soy con ellos.

Hace unos días, una de mis alumnas, me preguntó cómo era la Ciudad de México pues ella, su hermana y su mamá, irían allá para conocer una tía. Estaba emocionada, sus expresiones eran como si se imaginara caminando dentro de un sueño. Todo le parecía irreal. A mí me encantó la idea: viajar al Distrito Federal siendo una niña, realmente debe ser impresionante. Me pregunté, ¿cómo transformaría el viaje a la niña y de qué manera afectaría su vida?, ¿qué nuevas experiencias traería para todos?, ¿sería el viaje una vivencia trascendente para ella?

Aún no tengo la certeza de cómo ha tomado dicha vivencia, lo cierto es que todos los viajes transforman, y a veces se me olvida de qué forma. Justamente me enteré que para su hermana, el viaje sí fue una experiencia de esas que cambian vidas. Ahora que la vi maquillada y con su ropita nueva, no pude evitar imaginármela dormida en el tráiler donde viajaban de ride, cansada por el camino, tomando un sueño en algún lugar de Durango, despertar de pronto por el relámpago de su cuerpecito atravesando la cabina, respirar dolorosamente sobre el tedio de la carretera, soportar el frío entre papeles médicos y legales, encerrado su cuerpo por aguja, hilo, fierro y satén, y preparándose, entre el responso y los aullidos, la cera y los claveles, a emprender el último viaje que la llevará de regreso a la tierra. Un escalofrío atravesó violentamente mi sistema nervioso cuando vi la palabra "NIÑA" a la entrada de la capilla.

No sé cómo será para mi niña, no sé qué pasará cuando regrese. Presiento que mis abrazos serán antojables como los de aquellos sahuaritos que tanto anhelé... Con esa dolorosa intranquilidad... Niña, tú que conoces el mar, dame todas las lágrimas del mar...



Descansa en paz, Anahí.

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